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terça-feira, março 13, 2007

ímonos pouco a pouco

MUJERES HEROICAS

Lady Esther Lucía Stanhope

Cuando cayó para siempre, el bravo y bizarro general inglés Moore, en la batalla de Elviña en La Coruña, un corazón que en secreto le amaba dejó de sentir ternura y afecto, dejó de amar las bellezas y las ficciones Europeas, y solo desdén y desprecio para ellas brotaron, después de aquel nefasto día, de sus labios.
Por eso la nieta de Pitt, levantó su vuelo de ave triste, para fabricar en lejanas tierras otro nido, que le hiciese olvidar el antiguo, en que azarosamente pasara los días de la infancia. Y en su mente soñadora y en su reflexión serena como sajona, brotó la idea de arriesgarse a conocer mundos extraños, caracteres diversos, costumbres arcaicas y misteriosas. ¿Qué tierra, qué región podría escoger mejor que Africa para realizar ese anhelo deseado? Y en él pensó y hacia él encaminó sus pasos, la noble inglesa. Allí en aquellas soledades apartadas, contemplando las majestuosas montañas del Líbano o el imponente desierto de Siria, hallaría su alma la paz anhelada y su corazón la novelesca aspiración sentida.
Allí entre aquellas abruptas cordilleras, solazaría su espíritu en meditaciones profundas y su cuerpo en constante comunicación con la naturaleza, recobraría nuevas energías que las etiquetas platonianas y las modas obligadas de la aristocracia y burguesía londinense le robaran. Por eso ella al decirle adiós a Londres el año de 1810 se lo dio para siempre. Naciera entre la impostura, se criara entre la mentira y quería morir entre sinceros. Yo admiro a esos espíritus superiores, que remontan su imaginación por encima de las babosidades que nos rodean ya sea en el arte que inmortalizaron Camoens
Shakspeaare y Cervantes o Schubert, Chopin, Verdi y Mozart o bien Humboldt, Livingstone y Lesseps; porque las obras y los descubrimientos de estos, las gárrulas y prodigiosas notas musicales de los segundos y la clara y sublime inspiración de los primeros no fue más que el puro sentimentalismo de sus almas.
Por eso yo canto a Esther Stanhope. Por eso yo admiro su valor, su persuasión y su fortaleza femenil, por eso venero su memoria, por eso vivo ligado a sus hechos y compenetrado en su labor.
Yo también vivo hastiado en estas tierras que llamamos civilizadas y quisiera tener como ella tuvo recursos para emprender una larga peregrinación a través del orbe, para recrear mi vista diariamente en la diversidad de los colores, de paisajes y de cielos distintos y así poder llegar junto a su modesta tumba allá en la llanura del Yun en aquel mitológico país de Siria y grabar en ella mi admiración y afecto.

Lady Stanhope fue un espirítu superior que supo odiar las ficciones y los convencionalimos, que amó lo justo, lo bello, lo artístico. Quiso vivir rodeada de sinceros y olvidando que en su patria, que en Europa los había (aunque por desgracia en escaso número) les dio su espalda, les mandó su desprecio, les ofrendó su desdén, quizá injustamente, debido sin duda alguna a que ante su vista surgiera lo desconocido y en él quería penetrar a toda costa. Y por eso partió para no volver y su voz jamás desde aquel día resonó en Europa.

Primero admiró en Egipto, los vestigios de una civilización pasada recreando su vita en las pirámides de Cheops, los restos de Menfis y las escavaciones de Babilonia y después, pareciéndole que hasta allí llegaban los ruídos pérfidos y traidores de una civilización de molicie e impostura, se internó más adentro, para conocer las mehallas y las tribus que pueblan aquel misterioso territorio.
Por eso ella después de estudiar a fondo sus usos y sus costumbres y compenetrarse de sus misticismos fue reina y señora de sus voluntades. Por eso aquellas gentes sencillas olvidando o desconociendo su sexo le llamaban ¡Señor! Cuando en Europa olvidara cuando ella olvidara a su vez a Europa el Vizconde Marcelus en misión especial del gobierno de Francia, la fue a visitar. Y el vizconde sufrió una decepción. Creyó hallar en Lady Stanhope una maniática, una mística obcecada, una loca en fin, pero fue todo lo contrario. Así como odiaba la religión ficticia y explotadora de nuestros pueblos, así también despreciaba los inumerables artefactos, que aquellas hordas poseían, creando en cambio entre sus adeptos un deísmo a su manera, noble, desinteresado y grande. Y al hablarle de su patria y recordarle Europa, una risita desdeñosa y burlona asomó a sus labios.
Pero ella sabía de los triunfos de Napoleón, conocía la demencia del rey inglés; de la pérdida de Batavia por Holanda, de la independencia del Paraguay, de la fundación de la universidad de Bresian, del anvento de Stephens, de la ejecución de María Antonieta y Luis XVI, porque hasta aquellos remotos países llegaban esas noticias si gratas unas, horripilantes y tristes las otras.
¿Volveréis a ver a vuestra patria? Le preguntó el Vizconde…
¡Nunca, jamás! Respondió con fuerza, poniendo en sus frases la repugnacia que le causaba. ¡Vuestra Europa, es tan ridícula! Dejadme vivir en mi desierto, que nada tengo que ver en Europa, a no ser naciones dignas de sus cadenas o reyes indignos de reinar. Contemplad, Atenas, fijaos en Tiro y meditad lo que será vuestra Europa en poco tiempo. Sus reyes no conservan su raza, caen por sus faltas y se suceden degenerando: la aristocracia desapareció para dar lugar a una burguesía mezquina y efímera, sin gérmen ni vigor; sólo hay un pueblo que labora y produce, un carácter con algunas virtudes y muchos vicios ¡pero que tiemblen los tiranos el día que ellos conozcan su fuerza! No, jamás volveré a ver aquella tierra, porque solo con pensarlo me causa fatiga…
Pero no obstante, sus repugnancias eran fingidas. Cuando las hordas incivilizadas, dieron muerte al coronel Bautín y al célebre viajero español, Badía, ella vengó sus muertes altivamente como algo que le dolía y le afectaba: porque si vivía en Palmira, en Damas o en Balbeck, el recuerdo de la niñez era superior a los afectos creados posteriormente. Por encima de las bellas poesías de Antar estaban los versos magistrales de Shakespeare y el cariño a la cuna, aunque sus labios mintiesen, aunque pretendiese engañarse a sí misma. En las horas de meditación razonada y serena, tenían que acudir por fuerza a su mente, las venerables figuras de sus antepasados, la bruma, la niebla y el perenne murmullo del Támesis. Y, entonces su alma tenía que sufrir torturas indecibles, dolores incontables y tenía que llorar en silencio, la añoranza de su patria, los juegos de la infancia, las delicias del pasado. La sinceridad que la rodeaba, no era suficiente lenitivo al dolor sentido y el alma romántica que a impulso de un deseo, se internara en aquellas soledades, vagaba en realidad por los alrededores del “Home amado” Por eso ella vengaba atrozmente la muerte de aquellos europeos, que en su anhelo de saber, penetraban en aquellas inhospitalarias tierras, porque le dolía, porque por encima de aquel afecto nacido de la compasión que le inspiraban aquellos indígenas estúpidos y sinceros, estaba el cariño de la niñez lejana y la genealogía de su raza altiva. Allí se daba perfecta cuenta de que nuestra Europa con sus imposturas, con sus perfidias, con sus defectos sociológicos, estaba en el orden moral y natural muy por encima de aquel desdichado país. Murió en Siria, porque sus recursos no le permitieron regresar a su patria: porque su excursión al Líbano y Palmira, el castigo al bárbaro Bechir y la rebelión de los Drusos contra Ibrahim-Pachá, los habían agotado: porque ellos serían todo lo sinceros y nobles que se quiera. Pero cobraban su sinceridad en efectivo y esa grandeza del alma la hubiera hallado Lady Stanhope en todos los pueblos del Orbe. Pero disculpando sus desprecios infundados y juzgando imparcialmente su labor, vemos en ella al espíritu justiciero, a la mujer valiente y atrevida que con un denuedo sin igual, supo penetrar en el corazón de la ignorancia y rasgar el velo que cubría la luz del progreso.
Por eso yo, como recuerdo a su venerable memoria, remonto mi espíritu y mi pensamiento a veces, hasta la llanura de Yun, llevando en mis manos las olorosas flores de mi admiración, las que deposito ufano, sobre su tumba silenciosa, sagrada para Mahometanos y Cristianos.

JOSÉ RODRÍGUEZ FAÍLDE (ARMONÍAS)

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